La imagen de Iván Basualdo colgado del aro tras la última conversión con la que Quilmes venció a Boca en La Bombonerita sirve para echar un vistazo al desarrollo de un jugador con un espíritu inquebrantable.
Autor:Martín Pellegrinet (@SoyElPelle)
“A mí a veces me da un poco de vergüenza verlo que él va y vuelve siempre vacío. Él nunca se queja. Siempre está ahí, para cuando lo necesites, si es que lo necesitás. Y sino, vuelve. Y te da una palmada, una palabra de aliento. No te recrimina nada si llevás errados varios tiros y seguís tirando. Al contrario. Y ni hablar de las cortinas que te pone”.
Eric Flor es el termómetro de éste Quilmes, y son suyas las anteriores palabras, en donde aludió hace tiempo a su compañero Iván Basualdo, en charla informal con el firmante de esta nota.
Llegó a Quilmes en silencio. Fue una apuesta tanto para el club como para el jugador. Quilmes no disponía de una billetera generosa para afrontar los costos salariales, y vio en el santafesino un potencial pivote titular. Potencial, porque el ex Obras apenas si había dado minutos de relevo en los anteriores pasos que había dado en la competencia. Podía ser un paso al frente en su carrera.
Basualdo es el prototipo de jugador que no busca relucir. Acaso si esto ocurre, será porque la ocasión así lo amerite. Pero él no lo buscará. No es excéntrico ni tiene una necesidad innata de protagonismo. Entiende el concepto colectivo del trabajo y del juego. Y siente mucho respeto por ambos.
Aún en desventaja de kilos y centímetros, hizo de necesidad virtud y se las ingenia para disimular esto y competir contra todos.
La apuesta salió mejor que lo pensado, pero en el inolvidable quinto partido de Caballito, Basualdo sufrió. Tuvo en sus manos la chance, con dos tiros libres, de sentenciar la historia. Pero no fue. Y para peor, en la primera acción del primer tiempo suplementario, cometió su quinta falta personal por la que debió abandonar la cancha.
Esa noche, cuando todavía el partido se jugaba y la cancha era un hervidero, Basualdo en silencio lloró, mordiendo una decepción. Se desahogó como pocos tras el inolvidable triunfo.
El tipo hizo callo. Se fue a las vacaciones y se propuso reeducar la postura y la ejecución del lanzamiento de sus tiros libres. Para quienes no lo saben, llevar adelante esto, en adultos, es algo de dificilísima concreción.
Ya vuelto a Mar del Palta para encarar la pretemporada, no dejó de empujar, tal vez, porque quieto se siente peor. Por la mañana, trabajo de equipo, por las noches, tiros libres.
Esta no es una historia con final feliz: Basualdo ni siquiera pudo mejorar sus porcentajes de la última campaña. Pero aquí es donde los números no lo son todo. Lo que inspira es el ejemplo. El no claudicar. El caerse y volver a levantar. Sigue y no cedas.
Esta temporada a Quilmes le cuesta. Le hacen muchos puntos. Su talón de Aquiles está siendo la defensa. Pero Basualdo, el rendidor, sigue dando lo suyo. Otra vez segundo en valoración, no se ha perdido un solo partido y colabora en todos los rubros.
Además, hasta le encontró la vuelta a eso de tener menos kilos y centímetros que los demás de su posición: corre la cancha como un perimetral más y no pocas veces define los contraataques. Supera en velocidad al promedio de los pivotes rivales.
No hace ademanes innecesarios. No discute con árbitros. No apela a malas artes. No hace riña contra sus rivales. No discute al entrenador. No da declaraciones periodísticas para congraciarse con los hinchas. Todos estos “no”, acaso el complemento de un gran sí: Sí, Iván Basualdo ha demostrado que da la talla para jugar la Liga Nacional. Una competencia a la que casi se coló, le encontró la forma, precisamente con sus formas.
Este santafesino, hincha orgulloso de su querido Colón, se mimetiza con el apodo que adoptó su club, los “sabaleros”, que remite al pez sábalo característico del río Paraná. El sábalo se mueve cerca de las profundidades, un pez de barro, que no reluce, que no es el más requerido. Basualdo, cultor del perfil bajo, no es de los pivotes más dominantes de la competencia. Pero es consciente de que el trabajo es el camino, confía en el proceso.